El manejo del discurso es una arte que pocos dominan. La capacidad de influir y provocar reacciones en los demás mediante las palabras es un don que pocos tienen, y menos aún los hay quienes lo saben usar.
El arte de convencer con las palabras permite al orador provocar reacciones deseadas en el auditorio, crear en el otro cierta predisposición, favorable o no, al tema que se está discutiendo. Es un don manipulador y peligroso, que muchas veces puede herir y hasta matar si así se desea. Es una lucha por atraer el mayor número de audiencia posible, donde a veces se libran batallas despiadadas por tener el dominio. Una especie de imperialismo de conciencias y de opiniones.
La principal arma que posee todo orador se encuentra en los componentes de la retórica aristotélica: Logos, Pathos y Ethos.
El Logos denota la parte racional del discurso, la que busca convencer el intelecto mediante argumentos sólidos e irrefutables. El Pathos se refiere a los argumentos de tipo emocional que se utilizan para el fin de la persuasión y que son utilizados de manera bastante ágil por el orador. El Ethos, encierra aquellos aprendizajes del deber ser que posee cualquier discurso, la ética, la moral y las leyes informales o formales que llevan a establecer juicios de valor.
Muchas veces nos encontramos con oradores que tienen puntos de vista encontrados, y que provocan confusión en la audiencia, al tener dos personas con un excelente dominio de la palabra y que usan argumentos tan convincentes que no es posible decidirse por quién inclinarse. Usan el discurso de tal manera que neutralizan el discurso del contrario y así sucesivamente. Puro canibalismo intelectual.
En la política, usualmente se encuentran discursos con un alto grado de Pathos. Buscan influir en las emociones del auditorio mediante argumentos en su mayoría manipuladores o tramposos. Discursos con alto contenido de argumentos racionales los encontramos en aquellos que son producto del uso de las ciencias puras y humanísticas. Las religiones prefieren utilizar argumentos provenientes del Ethos y en cierto grado también buscan la manipulación y la trampa para persuadir a sus “feligreses”.
El uso correcto de las palabras en un discurso, sin embargo, nos invita a establecer un equilibrio entre los tres elementos de la retórica. Un discurso excesivamente racional, puede ser atacado por argumentos emocionales, un discurso en exceso emocional, también sufre lo propio. Es lo que ocurre en casos donde las teorías económicas son derribadas por los oradores del pensamiento utópico marxista y viceversa. Los discursos excesivamente éticos o morales puede ser catalogados de pacatos.
Es por ello que el uso correcto de los argumentos nos abre una gran oportunidad para influir en los demás, para neutralizar opiniones contrarias e inclusive para corregir errores propios. Argumentar es un don supremo exclusivo de la naturaleza humana, es lo que nos da el dominio, no solo sobre la tierra, sino también sobre la humanidad. Es el arma del inteligente: la metralla de palabras.
El arte de convencer con las palabras permite al orador provocar reacciones deseadas en el auditorio, crear en el otro cierta predisposición, favorable o no, al tema que se está discutiendo. Es un don manipulador y peligroso, que muchas veces puede herir y hasta matar si así se desea. Es una lucha por atraer el mayor número de audiencia posible, donde a veces se libran batallas despiadadas por tener el dominio. Una especie de imperialismo de conciencias y de opiniones.
La principal arma que posee todo orador se encuentra en los componentes de la retórica aristotélica: Logos, Pathos y Ethos.
El Logos denota la parte racional del discurso, la que busca convencer el intelecto mediante argumentos sólidos e irrefutables. El Pathos se refiere a los argumentos de tipo emocional que se utilizan para el fin de la persuasión y que son utilizados de manera bastante ágil por el orador. El Ethos, encierra aquellos aprendizajes del deber ser que posee cualquier discurso, la ética, la moral y las leyes informales o formales que llevan a establecer juicios de valor.
Muchas veces nos encontramos con oradores que tienen puntos de vista encontrados, y que provocan confusión en la audiencia, al tener dos personas con un excelente dominio de la palabra y que usan argumentos tan convincentes que no es posible decidirse por quién inclinarse. Usan el discurso de tal manera que neutralizan el discurso del contrario y así sucesivamente. Puro canibalismo intelectual.
En la política, usualmente se encuentran discursos con un alto grado de Pathos. Buscan influir en las emociones del auditorio mediante argumentos en su mayoría manipuladores o tramposos. Discursos con alto contenido de argumentos racionales los encontramos en aquellos que son producto del uso de las ciencias puras y humanísticas. Las religiones prefieren utilizar argumentos provenientes del Ethos y en cierto grado también buscan la manipulación y la trampa para persuadir a sus “feligreses”.
El uso correcto de las palabras en un discurso, sin embargo, nos invita a establecer un equilibrio entre los tres elementos de la retórica. Un discurso excesivamente racional, puede ser atacado por argumentos emocionales, un discurso en exceso emocional, también sufre lo propio. Es lo que ocurre en casos donde las teorías económicas son derribadas por los oradores del pensamiento utópico marxista y viceversa. Los discursos excesivamente éticos o morales puede ser catalogados de pacatos.
Es por ello que el uso correcto de los argumentos nos abre una gran oportunidad para influir en los demás, para neutralizar opiniones contrarias e inclusive para corregir errores propios. Argumentar es un don supremo exclusivo de la naturaleza humana, es lo que nos da el dominio, no solo sobre la tierra, sino también sobre la humanidad. Es el arma del inteligente: la metralla de palabras.
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