Supongo que fuiste lo suficientemente importante en mi vida como para
dedicarte este espacio. Supongo que las lecciones que aprendí de tí son
suficiente credencial para dedicarte estas líneas. Supongo también que
no fuiste mala persona. Supongo que todo lo que hiciste tuvo siempre una
buena intención.
Lo que no supongo, porque estoy seguro,
es que fue un gran ejercicio de bondad de tu parte darme tu apellido.
Estoy seguro que, a pesar de todos tus errores, no merecías irte tan en
silencio, tan desgastado, tan triste, tan maltratado.
Hace
muchos años dejé de llamarte Papá, empecé a mencionarte con tu
apellido: Castillo. Se
ñal de rebeldía al principio, de rencor después,
de distancia al final. A veces la costumbre, que es más fuerte que el
amor como dice la canción, me traicionaba y dejaba salir de mi boca el
sustantivo que llegué a pensar que te quedaba grande. Pero lo cierto es
que nunca dejaste de ser mi Papá. Esos vínculos de crianza no se borran.
Las relaciones humanas son así, unidas por una liga que estira y se
encoje, pero no se rompe.
Te fuiste Castillo, y la última
vez que hablamos nos compartimos unas palabras tímidas en tu casa.
Todavía no estabas tan reducido, todavía quedaba algo del señor que
dedicó parte de su vida a verme crecer, tal vez muy de lejos aunque
habitábamos la misma casa, pero allí estuviste.
A veces me
sorprendo a mi mismo usando tus gestos, tus mañas, tus manías. A veces
hago consciente la influencia que tienes en mi vida. No me avergüenzo,
aunque en momentos me incomodaba. Nunca nada es totalmente malo, y aún
en lo malo se consigue cierta belleza. Después de todo, el equilibrio
del Universo consiste en darnos a todos una dosis de maldad, de error,
de equivocación.
El Papá que soy hoy es consecuencia tuya.
Siempre dije que me enseñaste justamente lo que no debía hacer de
Padre, y aquí voy y parece que voy bien. Pero insisto, a pesar de todo,
creo que tu sacrificio para con tus hijos fue bastante, fue suficiente
como para decir que tu partida es injusta.
No Castillo, no
eras un hombre malo, eras una buena persona a la que posiblemente se le
hizo demasiado difícil mostrar su faceta sentimental, bondadosa. Tu ser
racional te gobernó, y eso no es malo ni bueno, simplemente es lo que
te definió.
Te perdono, y sé que me perdonas. Estoy seguro
de que descansarás en Paz. Es lo que mereces, dejar ese cuerpo que
tanto cultivaste y que al final fue vencido por el tiempo. Como me
sucederá a mi seguramente. Flotar después de una vida tan larga como la
tuya debe ser un gran alivio. Eso es lo que deseo para tí: la paz del
alivio, la paz de flotar, la paz de ser uno solo con el aire.
Descansa en Paz, Papá.