
El momento llega. Después de una larga caminata, y tras algunas horas esperando en el sitio, el Líder sube a la tarima. La multitud enloquece, aplaude, eleva cánticos representados en consignas a favor de él, su Líder. A algunos de ellos les importa más el Líder en sí mismo que sus ideas, igual no importa: si lo dice el Líder, debe ser bueno.
Jean Jacques Rousseau es un pensador inglés cuya obra abarca los temas más diversos. Entre ellos, se encuentra el "Ensayo sobre el origen de la lengua". Rousseau reflexiona en este libro sobre el origen del lenguaje, su evolución, el origen de la escritura y la estrecha relación que existe entre lenguaje y música.
Según Rousseau, el lenguaje en la antigüedad era totalmente cantado, en tanto que lo que se quería comunicar tenía que ver mucho más con los sentimientos que con la razón. El hombre se expresaba con sonidos, con cantos, y este lenguaje –bastante apreciado por Rousseau en cuanto a su pureza y su riqueza –nacido directamente de la sensibilidad de la pasión, no nos da una idea real de los objetos que describe, solo nos indica una idea ilusoria de la realidad, que se va racionalizando a medida que el lenguaje pierde, con el devenir del tiempo, su música.

Rousseau señala que el lenguaje surge con la necesidad de establecer vínculos pasionales y emotivos con los semejantes. Pero ese lenguaje evoluciona (aunque para el gusto de Rousseau, parece más bien que involuciona) en función más de una necesidad que de una expresión. Entonces, lenguaje y música se separan para siempre. Al menos siempre y cuando lo que se quiera comunicar no requiera precisión, o que lo que se diga no convenga que sea analizado desde la razón.
El líder ya ha cantado lo suficiente, sus cuerdas vocales ya están cansadas y da por terminado el acto. Al día siguiente, la prensa trata de racionalizar el discurso del líder. Unos dicen una cosa, otros dicen otra. Nadie acierta. Lo que quiso decir el líder no se puede interpretar sino desde el lenguaje musical de la pasión.
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