"Ja ja ja ja". Las risas invadían al apartamento por completo. Cerré la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido. Fui a la cocina a prepararme un café. Definitivamente necesitaba una buena dosis de cafeína que me preparara a lo que estaba a punto de descubrir. Mientras el agua alcanzaba su punto de ebullición, recordé el día en que la conocí.
Iba sentada a mi lado en un autobús que cubría la ruta Caracas-Valera. Le pregunté la hora como excusa para iniciar la conversación. "Son las cinco en punto", respondió ella de manera indiferente. El viaje fue largo y la relación se inició de manera casi inevitable, era preciso mantener una conversación para pasar el tiempo. Al llegar al Terminal, bajé con mi morral en una mano y su teléfono anotado en la otra.
Siempre supe de su personalidad libertina, así lo acepté, así decidí tener una vida a su lado, así incluso compartí fantasías y aventuras sexuales con compañeras de trabajo, suyas y mías, realmente la palabra traición no cabía dentro de nuestro mundo.
El café caliente mojó mis labios, quemó un poco mi lengua y me repuso del cansancio del día. ¿A quién habrá traído esta vez? ¿Ana? ¿Daniela? ¿O las gemelas que conocimos en el ferry las pasadas vacaciones?
La excitación me desbordaba mientras cruzaba el pasillo al cuarto. Las risas se hacían más fuertes, la humedad invadía mi entrepierna. Me quité la ropa antes de entrar. Menos mal que me había puesto el conjunto de encajes rojos que tanto le gustaba. Abrí la puerta cuidadosamente. El cuarto estaba en un desorden tremendo y las risas cada vez más cercanas venían del cuarto de baño.
De pronto, mis ojos vieron algo en el piso. Una angustia tremenda invadió mi pecho y las lágrimas en mis ojos hicieron acto de presencia. Caminé hacia el baño con el temor de descubrir lo que ya había descubierto, fue entonces cuando noté que una de las risas era diferente a todas las risas que habían cruzado ese cuarto dejando su eco, fue entonces cuando la palabra traición cruzó mi mente y se manifestó en mi boca.
Mis ojos daban fe a mis temores, allí estaba ella, cometiendo el peor acto de traición que se le puede hacer a una mujer enamorada. Retrocedí sin que se notara mi presencia, mis piernas flaquearon haciéndome caer al piso, justo encima de la corbata y la caja de condones que rato antes delataron su acto vil. ¿Como se atrevió a ensuciar mi cama con ese fétido líquido seminal? Me levanté a buscar el arma que guardaba bajo el colchón, la tomé y fui de nuevo hacia ellos, levanté el arma, apunté y disparé.
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