Fue una noche fría, húmeda y tormentosa. La oscuridad se iluminaba por los rayos que caían en intérvalos casi perfectamente definidos, quién sabe por qué o quién.
Seguramente los truenos ocultaron los gemidos aullantes de las criaturas nocturnas. Más de una desgracia, más de un lamento.
Y así, fue como el amanecer se coronó en un tono naranja parecido al fuego, y descubrimos que Caracas amaneció en un guión de Robert Rodríguez.
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